jueves, 25 de septiembre de 2014

Día 5 - Fromista a Carrión de los Condes – 19,5 Km.



Por @Joaquin_Pereira

Mientras el mundo descansaba el domingo 6 de octubre de 2013 yo seguía caminando por el extraño camino de Santiago. Un camino donde hay que estar muy atento: todo está atado y bien atado, por lo que las pruebas, las experiencias y las señales te esperan en cada recodo.
Las primeras horas de la caminata las realicé junto con el español Juan Carlos y con una muchacha israelí cuyo nombre comenzaba por T. La chica era un poco odiosa pero estaba encantada con Juan Carlos. En un pequeño pueblo donde nos detuvimos a comer la chica se cayó estrepitosamente y se golpeó la rodilla, haciendo su compañía aún más molesta.
Tener el tiempo justo para llegar a Santiago me hizo aprender una lección difícil pero muy importante: debes seguir tu propio ritmo. No puedes atrasar tu tarea por el apego a tus amigos, ni retrasarlos a ellos si estás lastimado y no puedes avanzar rápido.
Tuve que dejar a Juan Carlos y a la israelí y seguir solo: fue un momento crucial y muy liberador. Juan Carlos luego tomó un atajo y me alcanzó para despedirse y quedarse en una posada para recuperarse de una gripe pertinaz que no lo abandonaba. Yo tenía que seguir adelante para alcanzar mi objetivo del día: Carrión de los Condes.
Los paisajes de la jornada fueron hermosos: una mezcla de soledad y paz, llena de alegría. Hoy puse mis pies en un río limpio, parecía que estaba en un sueño o una película. Durante el trayecto escuché la música de Pablo Alborán, me motivó a caminar.
Al detenerme por un café los que me sirvieron sólo hablaban de una cosa, la crisis en España: no hay empleo en construcción, decían. Creo que lo mejor que le puede pasar a los españoles es la crisis económica para moverlos de su estado petrificado.
Cuando llegué a Carrión de los Condes me registré en el albergue de las clarisas –Convento de clausura de santa Clara -. Compré un rosario con la cruz de Santiago y me dieron sábana y cobija: yeah ☺. Pude darme un baño para recuperarme del cansancio de la caminata y lavé ropa.
En el albergue estaba un peregrino danés que había visto varias veces los días pasados: me dijo que estaba haciendo el camino luego de haber tenido una desavenencia con su esposa.
Fue bueno hacer un esfuerzo y llegar a un poblado más grande pues pude retirar 150 euros de un cajero automático y comer un buen almuerzo: pedí una Tabla mixta por 45 euros. En el restaurante todos estaban sorprendidos por verme comer solo un plato que comúnmente se comen cuatro personas: el esfuerzo de los pasados días me hizo devorar todo de un tirón.
Luego de tomar una siesta para hacer la digestión del almuerzo fui a buscar un café y vi que varios peregrinos estaban en la iglesia. Entré y participé de una misa especial. 
El padre nos dio la bendición a cada uno imponiendo sus manos en la cabeza y haciendo la señal de la cruz en la frente: sentí una calidez muy bonita, el cura transmitía felicidad interna. 
Durante la bendición unas monjas cantaron y tocaron la flauta: luego nos regalaron una estrella de cartulina pintada con marcadores de cera.
Yo quiero tener esa felicidad, pensaba: ¿cómo la obtengo o la vivo sin ser cura?,¿el mundo de hoy me brinda esa felicidad? La bendición del cura es como una vela encendida en un mundo frío.
Luego de la misa le pregunté el nombre al sacerdote, se llamaba Julio. Me gusta sentir humanos a los otros y no sólo parte de una maquinaria.
No creo que me meta a cura pero necesito sentirme conectado con Dios y liberado de lo que he llamado el mundo frío: criticar a los otros o hablar mal de ellos. Quiero vivir en un mundo cálido: aceptar a todos con una sonrisa pese a que te desprecien.
De retorno al alberge me topo con una publicidad de un banco con modelos perfectos “de photoshop”. Eso me hace pensar en la importancia de la existencia de monjas de clausura. Son el equilibrio al mundo frío. Veo que ellas guardan un secreto, son más felices que nosotros, los que vivimos (?) en el mundo frío: ellas conservan encendida una llamita, Dios en la tierra.
Antes de dormir pude sentarme en una sala del convento a leer el libro Mágica Fe de JJ Benítez que me traje en la mochila, pese al peso extra. También leí algunos papeles colocados en el lugar: en uno de ellos se hablaba que para ser santo y ser feliz hay que abandonarse a la voluntad de Dios y de la Virgen.
Como objetivo para el día siguiente tengo planeado llegar a un albergue templario. Ya en la cama me doy cuenta que me duele una rodilla, quizá por usar el bastón sólo del lado derecho. Tomo nota para cambiar de mano el bastón para equilibrar el peso del cuerpo. El camino sigue dándome lecciones: siento que va entrando dentro de mi alma ensanchándola.


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