miércoles, 17 de septiembre de 2014

Día 1 – Llegada a Burgos



Por @Joaquin_Pereira

El día de San Miguel arcángel –domingo 29 de septiembre de 2013- partí de Caracas a Madrid. Lo tomé como buen augurio y me sentí protegido para iniciar la aventura.
Tuve una escala en Roma donde perdí el avión de la conexión: el aeropuerto es muy grande y hay que correr una gran distancia. Lo bueno es que la aerolínea me brindó el almuerzo.
Afortunadamente mi vuelo entre Madrid y Roma no fue el del Airbús A320 de Alitalia que sufrió un aterrizaje forzoso el mismo día de mi arribo a la ciudad de las 7 colinas – lunes 30 de septiembre de 2013.
Utilicé el martes 1 de octubre para descansar en Madrid, obtener la credencial del peregrino con la cual tener acceso a los albergues, poner en resguardo parte de mi equipaje en casa de amigos y hacer algunas compras estratégicas: medias especiales para caminatas, sales hidratantes y sistema para llevar agua durante el trayecto en el morral.


Día 1
A las 8 de la mañana del miércoles 2 de octubre tomé un tren de Madrid a Burgos con la vestimenta y el equipo que me acompañará durante el trayecto: ya soy un peregrino con toda la estampa. Ahora sólo queda caminar hacia adelante… no hay vuelta atrás.
Al arribar a Burgos almorcé en la estación del tren. Luego caminé hasta la catedral siguiendo el río, gracias al consejo de un lugareño.
Me conseguí con una peregrina que desertó de hacer en esta oportunidad el camino por gripe: “ya lo he hecho otras veces”, dijo. Me ayudó a conseguir el albergue en la casa #28, cerca de la catedral.
Como a la 1pm abrían el albergue a los nuevos peregrinos, encontré a un grupo nutrido de ellos en la calle esperando. Tenían algunos ya 11 días caminando.
Un joven que también iniciaba el camino no tenía pasaporte de peregrino. Le dijeron que podía pedir uno en el mismo albergue.
Cuando permitieron el acceso me otorgaron la cama #6 por 5 euros: se trató de la parte superior de una litera en un salón de ellas. Como parte del servicio el albergue tenía lavadora que funcionaba con monedas.
Entre los peregrinos encontré varias nacionalidades: a una ecuatoriana de nombre Nancy le presté un roll on de Dencorup para un dolor muscular que tenía. También había peregrinos de Alemania, Francia, Brasil, Austria y México.
Una familia mexicana que hacía el camino en grupo me invitó a compartir su almuerzo. Ya lo habían hecho antes y me hicieron sentir que iba a encontrar las personas adecuadas durante el trayecto para lo que necesitase: sólo debía estar receptivo a recibir apoyo.  
Luego de instalarme fui a dar un recorrido por Burgos antes que anocheciera. Visité un museo privado sobre la historia del libro; tomé dos cafés por 2 euros cada uno y una cerveza por 2 euros.
Finalmente me acerqué a visitar la catedral de Santa María, cuya construcción se inició en 1221 y que preserva el sepulcro del Cid campeador.
El cajero de la visita a la catedral dijo que el descuento era para quien comenzó el camino en Francia: ¿qué sabe él de mi camino y mis llagas? Tuve que pagar entonces 7 euros.
En la catedral hay una figura de Jesús con pelo natural – que no logré ver. Lo que si vi fue un cofre suspendido en el techo de una de las capillas y que correspondía a una leyenda atribuida al Cid campeador.
Mientras visitaba la catedral, que en realidad es un portaviones de capillas, pensé en que se podría escribir una novela histórica cuya trama se desarrollé en parte en ese extraordinario lugar.
Para continuar con mi colección de réplicas de espadas compré por 3 euros una miniatura de una de las del Cid, la llamada Colada; la otra se llamaba Tizona.
De regreso al albergue decidí detenerme a cenar y me encontré con un peregrino brasilero de familia japonesa que me invitó a iniciar la jornada siguiente con él a partir de las 7am. La cena costó 10 euros.
Lo más importante de este día fue entrar en el proceso habitual de acceso a los albergues, conocer la rutina de los peregrinos y sobre todo darme cuenta de la existencia de una especie de periódico boca a boca que te va informando de las claves del Camino de Santiago: sólo hay que saber escuchar.

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