miércoles, 1 de octubre de 2014

Día 12 - Villar de Mazarife a Astorga – 31,5Km.



Por @Joaquin_Pereira

Hay lluvias que parecen maldiciones y de las cuales nos libramos por tener el pie adolorido y hay también esas lluvias amables que parecen milagros, el domingo 13 de octubre de 2013 viví una de estas. 
Entre las leyendas que se guardan en el camino de Santiago una ocurre en un puente largo en Hospital de Obrigo: un caballero se asentó en el para retar a una competencia de lanzas para demostrarle a su amada que nunca podrían vencerlo. Me gustó jugar con Crístofer a rememorar esa leyenda luchando con nuestros bastones.
De todas las jornadas que llevaba en el camino la de este día fue en la que caminé más kilómetros. Para poder cumplir con mis plazos con miras a llegar a Santiago tuve que dejar a Crístofer en un albergue de la población de Hospital de Obrigo. Nuevamente caminaba solo.
Una de las razones por las que hice el camino fue para alejarme de las personas por un tiempo. No es que sea antisocial sino que a veces me siento saturado por la cantidad de situaciones intrascendentes que nuestra sociedad nos obliga a sufrir para encajar en el sistema.
Fue una sorpresa agradable encontrarme a un ermitaño moderno que vive en una casa improvisada en la colina antes de Astorga. Abandonó el mundo normal para habitar uno más cálido: apoyar a los peregrinos con comida, resguardo y lo más importante con su escucha atenta.
Estaba realmente agotado cuando llegué a Astorga. Apenas arribé escuché las campanas de una iglesia y empezó a caer una lluvia muy fina: fue un momento cinematográfico donde el héroe alcanza su objetivo luego de mucho batallar.






Aprendí que cuando se llega a una ciudad medianamente grande hay que recorrer aún varios kilómetros dentro de ella hasta llegar al albergue. La alegría de haber cumplido la meta se convierte en una tortura al caminar los últimos metros totalmente agotado.
Finalmente y con la lengua afuera llegué al recinto para peregrinos y cumplí con el ritual: baño, siesta y salir a comer.
En un restaurante me senté en una mesa con dos peregrinas provenientes de EEUU. Es curioso que en un camino de España es donde más he practicado mi inglés: la mayoría de los peregrinos no hablan español.
En la noche volvió a caer un palo de agua. Alguien me ha cuidado administrando la lluvia. En mi caso se cumplió el adagio de que el cielo aminora el viento para el cordero trasquilado: El camino me estaba enseñando que es válido tener miedo pero hay que confiar y seguir caminando.


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