La esperanza volvió en la mañana del viernes 18 de octubre de 2013 luego de una noche de angustia por el malestar de la gripe. Me levanté un poco recompuesto y como no tenía otra opción retomé el camino, no sin antes aprovechar el desayuno que incluía el pago de la habitación.
La jornada no fue fácil, sobre todo en algunos tramos de subida, irregulares y con muchas piedras. Nuevamente me conseguí a la señora Pilar; parecía que llegaba justo en el momento que requería un apoyo moral. Me recordó visitar la iglesia del milagro en el pueblo de O Cebreiro, el primero pueblo gallego que los peregrinos consiguen en el camino.
Antes de llegar finalmente a O Cebreiro se desató un viento muy fuerte que provocó un silbido aterrador entre los árboles. Era como si una fuerza oscura intentara decirme que me rindiera, que no valía la pena continuar. No le hice caso; he aprendido que cuando la situación se pone difícil es porque estoy a punto de alcanzar un gran logro.
Y así fue. O Cebreiro es un pueblo celta muy bien conservado. Sentí una vibración familiar en él; si la reencarnación es cierto seguro tuve una vida en un sitio similar.
Como si fuera un sediento que busca frenético una fuente de agua, así me acerqué de inmediato a la iglesia del pueblo en busca del famoso milagro. Al entrar me topé de frente con la sobriedad del recinto, la penumbra de la iluminación con velas y un hilo musical que repetía continuamente Aleluya.
Y entonces lo vi. En el fondo, protegido por un vidrio y con una iluminación rojiza estaba el cáliz del milagro. Cuentan que hace muchos años un cura del pueblo se dirigió a la iglesia a celebrar misa y se sentía desmotivado porque por el clima no tendría a nadie que lo escuchara. Un hombre estaba allí y le agradeció no haber suspendido el servicio. Cuando fue a bendecir la ostia esta sangró; en ese momento sintió que era un mensaje de Dios que le invitaba a no perder su fe: su misión era ser sacerdote aunque fuera ante una sola alma.
Me senté frente a la ostia sangrante y en ese momento sentí que valió la pena todo el esfuerzo hecho durante el camino. Mirar una prueba de la existencia de un milagro compensa lo duro de lo que llamo el mundo frío, el que me esperaba con su silbido de muerte fuera de esa iglesia. Adentro todo cantaba Aleluya.
En un atril había una Biblia abierta en el libro de Isaias. Leí el capítulo XLIV, versículos 18 y 19: “Más no hagas mención de las cosas pasadas, ni miréis a las antiguas. Héos aquí que las haré yo nuevas y más maravillosas, y ahora saldrán a la luz, y vosotros las presenciareis: abriré un camino en el desierto, y manantiales de agua en medio de los valles”.
El mensaje lo tomé para mí: me invitaba a dejar definitivamente las heridas del pasado y a tener esperanza por el futuro.
Pagué un euro para colocar un velón por mi gatita Miguelina que partió de este mundo este año luego de 23 meses convaleciendo con una herida en su nariz y boca.
Al salir de la iglesia fui a la tienda de suvenires del pueblo. Lo atiende Carmen, una chica muy amable que me contó algunos detalles de O Cebreiro.
Noté que los celtas usaban entre mucho el espiral y comprendí porque me había llamado tanto la atención este símbolo en los meses previos a la realización del camino: era un aviso, una señal, un giño del destino.
Compré varios recuerdos, dos camisas y un bastón con la tarjeta de crédito. Le pedí también que me hiciera el favor de darme 20 euros en efectivo y lo sumara a la cuenta. Ese dinero en efectivo me quitaba una preocupación de encima: tendría dinero para el albergue y las comidas de los próximos días.
Visité una casa del pueblo que fue habilitada como museo para mostrar cómo vivían los celtas. La construcción de las viviendas son circulares y los techos se extienden hasta tocar el piso. La forma de los recintos pareciera que simbolizaban la unión natural del hombre con el universo.
Después de O Cebreiro el camino fue en bajada lo que compensó lo duro de la subida de la mañana. Estaba realmente transformado y hasta llegué a cantar mientras caminaba.
Decidí hacer un esfuerzo para ganar kilómetros y pasar la noche en Fonfría. Me ayudaron tres naranjas, tres cafés y una cerveza durante el recorrido.
En uno de los tramos finales paralelo a una autopista noté que una peregrina tenía sus pies muy lastimados. Decidí dejarle uno de mis bastones para ayudarla. Se trataba de una psicóloga brasileña.
La lluvia no terminó de caer con fuerza hasta que llegué al albergue. Lo dicho, una fuerza invisible estaba protegiéndome. El lugar tenía un hilo musical continuo con música celta. Otra vez ratifique el hecho de que en los albergues privados tratan mejor a los peregrinos que en los municipales.
Por usar la lavadora pagué tres euros y por la secadora otros tres euros. La cena me costó 9 euros. Cené junto con la brasilera a la que presté el bastón y que asocié con la Virgen Aparecida y con un bombero de Madrid de nombre Santiago y que asocié lógicamente con el santo cuya tumba es el objetivo del peregrinaje. Cenamos en una casa redonda que me recuerda a las casas celtas de O Cebreiro.
De vuelta al albergue leí un libro sobre el camino de Santiago que viene de Portugal. Había una cita muy cierta de un peregrino de la edad media llamado Nicola Albani escrita durante su viaje desde Nápoles a Santiago de Compostela: “Quien camiña conta, que non camiña escoitar”.
Faltan 138,5 kilómetros a Santiago y sólo cuento con 5 días para lograrlo.